Alimentación complementaria

El paso de una alimentación basada sólo en leche (materna o artificial) a una dieta variada, es un momento único en la maduración del bebé. Durante esa fase de transición se asientan las bases para unos hábitos alimenticios saludables en la vida adulta.

Alrededor de los 6 meses los requerimientos nutricionales varían, y la lactancia exclusiva no llega a cubrirlos, por lo que es necesaria la introducción paulatina de otros alimentos. El inicio de la alimentación complementaria puede adelantarse a los 4 meses, sobre todo en los niños y niñas que reciben lactancia artificial, pero nunca antes, puesto que no está aún suficientemente maduro.

Existen ciertos periodos en la maduración del bebé que deben respetarse para promocionar un desarrollo normal y una actitud saludable hacia la comida: entre los 4 y los 6 meses empieza a estar listo para tomar alimentos semisólidos en cuchara; alrededor de los 8 meses puede ya comer algún trozo blando cortado pequeño, y entre los 9 y los 12 meses es conveniente que empiece a intentar manejar, con la ayuda de sus padres, cuchara y tenedor, así como beber sujetando el vaso. Retrasar la práctica de estas habilidades puede dificultar la alimentación posterior.
La consistencia semisólida (puré) es la adecuada al inicio de la alimentación complementaria. Ya con 8-10 meses podrán irse incorporando trozos de alimentos blandos como galletas, pan, fruta, carne, pasta, verdura, etc. Los elementos duros que no se deshacen con facilidad, como frutos secos, caramelos, etc. deben ser evitados, al menos durante los primeros 5 años de la vida, por ser causantes habituales de atragantamiento.
Cuando se inicia la alimentación complementaria, hay diferentes posibilidades en cuanto al orden de introducción de los diferentes alimentos. No se ha demostrado que empezar por unos o por otros sea más correcto o beneficioso, dependerá de las costumbres locales o familiares, y del deseo de la familia o el consejo del pediatra. Se suele recomendar empezar por los cereales infantiles, por ser más ricos en hierro, y más tarde incluir fruta y verdura.
Cada nuevo alimento se debe ofrecer de manera aislada, sin combinarlo con otros nuevos, y durante una semana darlo a diario, para poder detectar posibles alergias alimentarias. Los purés envasados, sean éstos de fruta, verdura, carne o pescado, no son adecuados en general, y sólo deben reservarse para situaciones puntuales, cuando no es posible elaborar la comida casera.
Es conveniente incorporar al bebé a las comidas con toda la familia, de manera que ese momento de reunión alrededor de la mesa sea un rato agradable, y sirva para que los pequeños adquieran hábitos saludables de alimentación siguiendo el ejemplo de sus padres y hermanos mayores.
Al igual que hay que atender a las señales de hambre del bebé, es muy importante también respetar sus señales de saciedad: si gira la cabeza, cierra la boca o se retira significa que está lleno y no necesita comer más.

 

Lácteos

Durante el primer año de vida y una vez iniciada la alimentación complementaria, la leche (materna o adaptada) sigue siendo un aporte de nutrientes muy importante, y deben asegurarse unas ingestas de 500-700 ml/día.

Otros lácteos (yogur, queso, etc.) pueden introducirse en pequeñas cantidades, pero por su capacidad para producir alergia al ser derivados de leche de vaca, no deben aportarse antes de los 9 meses.

Los cereales se dividen en dos tipos teniendo en cuenta la alimentación del bebé: aquellos que no contienen gluten (maíz, arroz) y los que sí lo contienen (trigo, avena, cebada, centeno); los segundos pueden ser los responsables de la celiaquía (una enfermedad en la que no se tolera el gluten).

Los cereales sin gluten pueden ofrecerse a partir de los 4 meses de edad, bien mezclados con agua o con leche adaptada o materna. Es preferible darlos con cuchara en lugar de añadidos al biberón, dado que esto puede hacer que el bebé coma cantidades excesivas, favoreciendo así el desarrollo de obesidad.

En cuanto a los cereales con gluten, se recomienda introducirlos en pequeñas cantidades entre los 4 y 6 meses (antes de cumplir los 7 meses), a ser posible cuando aún se da lactancia materna. Tanto la introducción precoz como la tardía se han relacionado con mayor riesgo de celiaquía.

El gofio, muy habitual en nuestra cultura culinaria canaria, no se recomienda hasta pasado el primer año de vida por su alto contenido en fitatos y por no tratarse de cereal hidrolizado, lo que dificulta su digestión.

Las verduras son ricas en vitaminas y fibra, y forman parte esencial de una alimentación saludable. Pueden introducirse a partir de los 4-6 meses, generalmente cocidas y luego trituradas una vez escurrida el agua, añadiendo un chorrito de aceite de oliva virgen. A partir de los 8 meses, se pueden empezar a comer a trocitos.

Las verduras de hoja verde (espinacas, acelgas, etc.), y tubérculos como la remolacha o nabo, por su alto contenido en nitratos, deben evitarse de momento por su capacidad para producir una alteración de la sangre llamada metahemoglobinemia. Pueden empezar a ofrecerse a partir del año.

También es preferible evitar verduras muy flatulentas como col o coliflor.

La verdura ya cocinada, si no se ha consumido, debe desecharse una vez transcurridos dos días, incluso aunque haya sido conservada en nevera.

Las legumbres pueden comenzar a ofrecerse en pequeñas cantidades a partir de los 9-10 meses.

La fruta natural se puede introducir a partir del 4º-6º mes en forma de papilla o de zumo. Son adecuadas casi todas las frutas, aunque es preferible retrasar la introducción de aquellas con más poder alergénico, como los melocotones, fresas y kiwis hasta los 2 años.

Los zumos nunca deben darse en biberón (favorece la aparición de caries) sino con cuchara o en vaso, sin añadir azúcar ni miel; o bien la fruta troceada cuando el bebé es capaz de masticar y no atragantarse.

Los zumos artificiales no son adecuados para la alimentación del bebé, pero además, en general, no son saludables en la infancia.

A partir del sexto mes puede introducirse la carne en pequeñas cantidades y de forma paulatina. Generalmente se empieza por las de sabor más suave, como el pollo o la ternera, y más adelante cerdo, conejo, etc.

Las vísceras no son recomendables, pero se pueden tomar esporádicamente a partir del primer año de vida.

El pescado (fresco o congelado) se suele introducir a partir del octavo mes, habitualmente primero el pescado blanco (merluza, lenguado, gallo, vieja, etc.), y luego pescado azul.

La introducción del huevo también se recomienda retrasarla hasta el final del primer año, habitualmente la yema cocida a los 9 meses, y la clara a partir de los 12 meses.

En general no se debe añadir sal a las comidas durante el primer año de vida.

Tampoco es adecuado endulzar con azúcar, miel, leche condensada o edulcorantes, que predispondrán a una apetencia temprana por el dulce, además aumenta el riesgo de caries, diabetes y obesidad.

Mientras dura la lactancia exclusiva no es necesario ofrecer agua, sólo tras iniciar la alimentación complementaria.

Durante el primer año es difícil estimar la cantidad de agua que necesita un bebé, dado que existen variaciones en función de la temperatura ambiental, alimentos ingeridos, etc. Lo más conveniente es ofrecerle varias veces al día y será el propio niño o niña quien regule lo que necesita beber.

No se aconseja ofertar tés o infusiones de ningún tipo.

Algunos consejos

  • Ofrezca a su hijo o hija alimentos saludables desde la primera infancia; eso le permitirá ser un adulto sano.
  • El biberón, sólo para leche los primeros meses. Zumos, potajes, etc., en vaso o con cuchara.
  • Todo niño o niña necesita probar un alimento nuevo unas 10 veces antes de aceptarlo. Si lo rechaza, vuelva a ofrecérselo otro día.
  • Sea un buen ejemplo a seguir: coma sano y variado.
  • Como padre o madre usted decide qué debe comer su bebé, pero sólo él sabe qué cantidad de comida necesita: respete sus señales de saciedad, no lo sobrealimente.
  • Chucherías, jugos artificiales, bollería: no deberían ofrecerse ni siquiera de forma ocasional.
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