La obesidad infantil es un problema de salud pública cada vez más importante en nuestro país, y más aún en nuestra Comunidad Autónoma en donde un tercio de los niños y niñas tiene sobrepeso y un 18% padecen obesidad.
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Los cambios en los estilos de vida, sociales y laborales que ha experimentado la sociedad española han ocasionado un fuerte incremento de la obesidad en la población infantil. Las dietas tradicionales han sido reemplazadas por dietas con mayor densidad energética, lo que significa más grasa y más azúcar añadido en los alimentos, unido a una disminución del consumo de frutas, verduras, cereales y legumbres. Además, estos cambios alimentarios se combinan desfavorablemente con estilos de vida, en los que el gasto energético derivado de la actividad física ha disminuido, debido a unas condiciones de vida más confortables (transporte motorizado, ascensores, calefacción central, aire acondicionado) y unas actividades de ocio sedentarias (TV, videos).
Uno de los problemas más importantes de la obesidad infantil es la de su riesgo de perpetuarse en la vida adulta, con una carga de enfermedad asociada muy importante. La persistencia de obesidad en el adulto arrastra consigo las comorbilidades o enfermedades asociadas a la obesidad, que además tienden a agregarse y que pueden estar presentes desde la infancia. Algunas de las consecuencias son evidentes como las psicosociales o las ortopédicas, pero otras permanecen ocultas y pasan desapercibidas, estas son las que imprimen un carácter aterogénico y de riesgo cardiovascular de mayor gravedad.
Invertir la tendencia creciente de la prevalencia de obesidad, que actualmente alcanza cifras de pandemia mundial, es una tarea que debe iniciarse desde la infancia, donde comienzan a establecerse los hábitos alimentarios y estilos de vida que, a partir de la adolescencia, se hacen muy resistentes al cambio y se consolidan para toda la vida.
Los hábitos alimentarios, la actividad física y los estilos de vida son cruciales en la niñez para prevenir, en el adulto, la aparición de las enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación (enfermedades cardiovasculares, hipertensión, resistencia a la insulina, diabetes, cáncer, osteoporosis), y con el comportamiento alimentario (anorexia y obesidad), y en suma, mantener un estado óptimo de las funciones de los diferentes órganos, para un envejecimiento saludable.
No queremos terminar esta introducción sin dejar de decir los grandes desequilibrios que aún existen entre los miembros más vulnerables y dependientes de las sociedades actuales. En el año 2002 existían 22 millones de menores de 5 años con exceso de peso en el mundo, casi tantos como los que se mueren por falta de alimento. Estas cifras se han incrementado en los últimos años llegando en el año 2010 a existir 43 millones de menores de 5 años con sobrepeso.
A unos los atiborramos, y otros no tienen nada que llevarse a la boca. Se nos olvida un parámetro de nutrición óptima, la responsabilidad de alimentarlos a todos con criterios de equidad.